lunes, 27 de junio de 2011

Orgullo gay , ¿orgullo de que?


Desde que empezaron a celebrarse las reuniones de homosexuales en el mes de junio en Madrid, hace unos cuantos años, no he parado de preguntarme, el porqué de tener que cortar las arterias centrales de la ciudad de Madrid, para que pasen una serie de ¿individuos?, ¿sujetos?, ¿artistas?, ¿hombres?, ¿mujeres? o individuos hermafroditas, dada la dificultad para su reconocimiento. Es increíble.

Parece ser que las “reinas” del presunto carnaval van en carrozas, escuetamente indumentados/as (perdonen mi indefinición, debido a mi analfabetización con este tipo de comparsas), bailando, cantando, bebiendo, esnifando y arrimando “cebolleta” con objeto de celebrar un día inventando por personas de dudosa definición.

Lo mejor de todo se produce cuando te encuentras en una calle, cortada al tráfico y con el coche atascado, es contemplar el espectáculo que se ofrece ante tus ojos. Aparecen una multitud de vehículos de grandes dimensiones, los gays los llaman carrozas, donde unas cuantas decenas de personas/os, sigamos las indicaciones de la inculta Aído para que no se sientan ofendidos, van rozándose unos con otros en un espectáculo más que lamentable, consumiendo alcohol y otras sustancias y enseñando la lorza acumulada durante el año.

A mí que me tocó “disfrutar” del “maravilloso espectáculo” ante el repentino corte de calle, con mi sobrino de naturaleza mordaz, ácida e irónica, heredada creo que de su tío, pero de corta edad, tuve que improvisar al narrarle de tan singular evento.

Al preguntarme por la desnudez y la procacidad de los ¿hombres? de las carrozas tuve que decirle que todo ello se producía debido al calor existente en Madrid a últimos de junio, pues que se encontraban ligeros de ropa por el calor y que los rozamientos y bailes sinuosos entre unos y otros se debían a un ritual ancestral de determinadas tribus que vivieron en Madrid en tiempos ancestrales, y que sus descendientes revivían las referidas tradiciones.

Pero cuando el crío, un poco mosqueado ante mis retóricas explicaciones, vio a unas/os, perdónenme mi incultura homosexual, personas/os vistiendo trajecitos ínfimamente cortos y atrevidos, enseñando un bulto sospechoso en la entrepierna, calzando tacones descomunalmente altos, me volvió a preguntar, esta vez con una cierta sorna, si éstos también rememoraban tradiciones ancestrales.
Ante la sagacidad de sus preguntas, cuyas respuestas me eran cada vez más difíciles de responder y que él se las creyera, tuve que decirle que era un baile de disfraces, que venía siguiendo a los individuos/as de las tradiciones ancestrales.

En su cara se mostró la incredulidad. A lo cual yo no sabía que decir. Hasta que el crío me dijo un poco en voz alta, ya que se creía más que engañado por su tío: “éstos son mariquitas”. A lo que otra persona que se encontraba cerca y me venía observando desde hacía tiempo, le dijo: “no hijo, estos son unos maricones de mierda. Tu tío te ha engañado”.

Mis mejillas se colorearon de vergüenza, puesto que mi sobrino me miró con cara inquisitoria. Al final, tuve que dar la razón al susodicho tercero interviniente y comenzar a explicar la desviación de personas/os que intentan hacernos creer que la homosexualidad es la normalidad, y que los heterosexuales (que nos gusta el sexo contrario, para los de la LOGSE) es prácticamente una enfermedad.

Pasado el tiempo, mi sobrino me enseñó algunas fotos en las que aparecían ministros del Gobierno de España, como ese engendro llamado Pajín, o la ex ministra Calvo para la que el dinero del contribuyente no era de nadie. Nuevamente, tuve que explicarle que por ser ministra de un Gobierno no quería decir que fuera culta ni letrada, sino mera pantalla de una escoria elegida por un presidente del gobierno más inculto, incapaz, ineficaz e indigente intelectual, como el ínclito Zetaparo.

Fernando Castiñeira.

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