Los irreductibles boicotean el acuerdo de la asamblea de dejar el campamento
Cinco de la tarde, ayer, en la plaza de Catalunya. Un joven enfundado en una camiseta del grupo punk Parálisis Permanente sube a la tarima dedicada a las asambleas y conferencias y bebe a morro de una botella de vino. Vierte su contenido junto a sus amigos mientras en los altavoces suena música electrónica. A pocos metros de ahí, dos jóvenes, Luis y Paula, tratan de persuadir a los periodistas de que la decisión de abandonar la acampada fue injusta. Los representantes de la comisión de comunicación, perplejos, intentan dejar claro que Luis y Paula hablan a título individual. Un tercer individuo, alto y extremadamente vehememente, intenta impedir que Francesc, miembro -él sí- de la comisión de comunicación, exprese su punto de vista a este redactor en privado. «Aquí no hay intimidad, ¡esto es una revolución! ¡Tenemos infiltrados para desmontar el movimiento!», le grita a Francesc, que le contesta: «Cada día estas igual. Por ti se está yendo esto a la mierda».
Desoyendo la decisión acordada en asamblea de desmontar por la noche la acampada y convertir la plaza de Catalunya en un ágora de debate, un centenar de personas han optado por quedarse. Su desorganización es evidente, la misma que se percibe echando un vistazo al contenido caótico de las estructuras que siguen en pie. Algunas, como las de diversidad funcional y extensión, estaban ayer vacías a media tarde.
En la discusión antes citada aparece Eduardo, quien dice ser de la comisión de sonido. Va desnudo de cintura para arriba y defiende la continuidad de la acampada. Argumenta que «hay que integrar a borrachos y violentos para que dejen de serlo. Más de uno limpia, también se emborracha, duerme la mona y luego vuelve a ayudar. Esto es integración». Luis, otro de los contrarios a la decisión de la asamblea, admite que «hay más droga y alborotadores que antes. La gente más constructiva ha ido a los barrios». Él mismo explica la división interna existente en el movimiento: «Se trata de las diferencias entre los más punkis y los más reformistas. No hay moderación».
CAOS ORGANIZATIVO / La comisión de medio ambiente desmontó ayer su estructura. La de vivienda admite una escisión interna al respecto. En inmigración defienden la acampada hasta que se fortalezca la comunicación interna y se remodele el espacio. Pero el espacio se degrada minuto a minuto (afloran los que, literalmente, viven colgados de los árboles) y la comunicación se ha resquebrajado.
Daniel, con los pies desnudos sobre la mesa de atención al público, es el único en la caseta de la comisión de acción y actividades. Defiende la acampada: «Hay que ir paso a paso. Estamos mejorando día a día». Algo que, echando un vistazo, cuesta de creer. Los más veteranos del movimiento, como Álex, concluyen: «No puedes pretender que el sistema te respete si ni respetas las decisiones de la asamblea».
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Fuente: El Periódico
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