martes, 27 de septiembre de 2011

Libertad de expresión, ¿para qué?


A golpe de fundación, "think tank" y "trust" mediático se ha construido la sublime arquitectura de lo "políticamente correcto" a la que nadie parece sustraerse.

Estos días, las radios y otros medios públicos han puesto el grito en el cielo en nombre de la "profesión periodística". No es que digamos que todos son iguales pero sí que su supuesta audacia por conocer la verdad llega a según qué temas. Parece que los consejeros de RTVE querían tener acceso a los contenidos redactados por los periodistas antes de que se hicieran públicos. Eso, al parecer, atenta contra la "libertad de expresión". Sin duda se trata de una injerencia del Estado a través de los representantes políticos que constituyen el denominado "ente público". La propuesta nació del PP, al parecer, y ya he oído a un plumífero "progresista" rasgarse las vestiduras por la abstención de los consejeros socialistas. El sujeto en cuestión daba a entender que su sensibilidad de izquierdas quedaba profundamente herida y apostillaba que la propuesta manipuladora del PP se hacía realidad todos los días en Telemadrid y Canal Nou. Eso, dicho desde nuestra inefable "progresía", es como si el Cártel de Cali juega un partido de fútbol contra la droga.


Quien lea esta columna habitualmente sabrá de sobra que no es este un sitio favorable a las tesis del Partido Popular y por tanto no vamos a meternos en esa especie de sempiterna "Salsa Rosa" política que acaba siempre con "y tú más". Es posible que lo que dicen los periodistas sea cierto. Más aún: rigurosamente cierto. Pero su núcleo de verdad se desmorona como un castillo de naipes cuando vemos lo que tanto "indignado" por la "libertad de expresión" calla. A veces las cosas no son mentira por lo que dicen sino por lo que dejan de decir. Por eso, estamos de acuerdo en que esta es una injerencia del poder político en los "media". Sin embargo, ¿es acaso la única? Responder "no" o, dicho de otro modo, creer que hoy la prensa existe para informar es ignorar de donde nace hoy el poder. La idea me recuerda una anécdota. Hará un par o tres de años desayunaba tranquilamente cuando contemplé una cosa inaudita: Iñaki Gabilondo, en directo desde "Cuatro", estaba teniendo unas palabras críticas para el gobierno de nuestro amado PSOE. Lo primero que pensé es si había algo en el café. Que semejante "aparatchik" criticara al Gran Hermano, alguien como él, capaz de decir en antena que los burros vuelan si lo ordena PRISA, no podía estar haciendo "eso"; es decir, mostrando discrepancia. Confieso que los dimas y diretes de la política nacional no me interesan lo más mínimo pero recuerdo que aquella vez quise saber qué pasaba. No recuerdo cual era la materia sobre la que se discutía exactamente pero algo después, en medio de la vorágine del trabajo diario, alguien a quien entretienen estos asuntos me explicó el conflicto entre PRISA, Mediapro y el gobierno. Lo que sí recuerdo muy bien es que nadie por entonces protestó por la libertad de expresión. Y no lo hizo porque aquello no era más que la actualización de un mecanismo del poder: los medios son tratantes de noticias que intentan colocar su producto para copar el mercado. Huelga decir que ésto no debe entenderse en términos comerciales: no es un interés mercantil el que guía el complejo político-mediático sino un interés ideológico, gracias al cual se pretende alcanzar la hegemonía social.


Un ejemplo semejante lo tenemos en cómo el liberalismo ha copado el electorado conservador español. Antiguos militantes del antifranquismo izquierdista, los nuevos talentos liberales han sabido hacer en la derecha española algo similar a lo que el PCE hizo en su momento con el PSOE pero sin las purgas y las depuraciones. Por eso hoy te encuentras a señores "de comunión diaria" defendiendo el "libre mercado" y la criminal política del FMI y la UE contra Grecia. O lo que es peor, encuentras en medios de la Iglesia un discurso económico absolutamente inaceptable, mientras que desde esas mismas tribunas se difunde un melifluo sentimentalismo en defensa de "los pobres".


De esta manera, a golpe de fundación, "think tank" y "trust" mediático se ha construido la sublime arquitectura de lo "políticamente correcto" a la que nadie parece sustraerse. Hasta Benedicto XVI, que tiene y conoce más razones que nadie para criticar a saco en lo que nos hemos convertido, nos dice desde su Alemania que los musulmanes son "parte característica" de ese país. Por eso Mammud Abbas va a pedir un "Estado palestino" y la misma "conciencia universal" que antaño se escandalizaba con el "apartheid" y hoy con el "racismo", conduce el debate internacional a un callejón sin salida en el que la franja de Gaza -la cárcel más grande del planeta-, seguirá exactamente igual. A lo sumo, "El País" o "Público" vincularán el más que posible fracaso de la iniciativa al apoyo norteamericano a Israel que, para todo buen creyente "progresista", es el peón de los EEUU en Oriente Medio. Ni un solo medio dirá que es exactamente al revés y que la política exterior norteamericana lleva siendo secuestrada por el "lobby likudnik" de Washington desde Reagan e incluso antes.


Nadie quiere saber que, pese a tanta retórica democrática, en nuestra sociedad hay cosas que no se pueden decir ni investigar, independientemente de que los consejeros de RTVE supervisen éste o aquél contenido. El control real de los medios está superpuesto al poder político y nace de lo ideológico. Y es que en la época de la fascinación por la técnica, cuando todo parece que se trata de eficacia económica, de pura tecnocracia, nadie parece percatarse de que vivimos en un mundo ideologizado a más no poder, en el que la realidad se bate en retirada todos los días para dar paso al gigantesco proyecto planetario de la "globalización", impuesto a sangre y fuego y caiga quién caiga. A este respecto siempre hemos dicho aquí que hay dos vías hacia el "paraíso global" que se complementan perfectamente: el consumismo y la vaciedad espiritual del mercado y el nihilismo destructor y materialista de la izquierda. Se trata de las dos piernas sobre las que camina por el mundo el "Homo oeconomicus", destruyendo a su paso todo lo que nos hace realmente humanos. Por eso, entrar en si los consejeros de RTVE son de este o de aquél grupo, si el Tribunal Constitucional debe ser renovado de esta manera o de si la inmersión lingüística debe o no imponerse es quedarse a media tarea porque se trata de problemas creados por una clase política con la que es necesario romper. Solo alguien que conozca la claves de nuestro tiempo podrá reconocer las redes de los debates estériles en los que no conviene perderse. Hoy más que nunca es necesario romper con lo que todo el mundo da por bueno para anunciar un nuevo mensaje. El que tenga oídos que oiga, o mejor: que escuche. Pero, desde luego, que no lo busque en el periódico.


Autor: Eduardo Arroyo

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