martes, 8 de marzo de 2011


JUAN PABLO VITALI

La lucha es un principio espiritual. Vale decir, hay un tipo de hombre que, pese a todo, lucha porque no puede hacer otra cosa, es algo que está en la base de su naturaleza. La lucha es la supervivencia del espíritu, la no lucha es la no espiritualidad.Quizá sea necesario aclarar que luchar no significar andar rompiendo cosas innecesariamente, opción obviamente inútil y contraproducente; pero entre entre ello y bajar los brazos diciéndole al mundo: “me entrego”, hay una amplia gama de posibilidades.
La no política entendida como aptitud espiritual es justamente decir “no hay nada que hacer”. Es una opción, claro, pero una opción insoportable para quienes quieren conservar vivo su espíritu más allá de la época y más allá del éxito. Hay cosas que no son parte del éxito. Hay cosas que son porque deben ser.
 
Siempre es irracional negar una victoria si se pretende evitar la muerte del espíritu. El espíritu no es la inmediatez de tiempo y espacio que puede entender un materialista, sino mucho más. De modo que la victoria puede esperar.
 
Lo sagrado, la verdadera espiritualidad, conserva su pertenencia a un tiempo mítico, pertenece incluso a su arquetipo volkisch, a su alma colectiva en sentido jungiano, esa que sólo puede conservarse mediante una resistencia espiritual que nada tiene que ver con partidos políticos, aunque en determinados casos y circunstancias pueda decidirse a apoyar a alguno si esa acción es útil a tal conservación.
 
El futuro no puede predecirse, salvo que uno desestime prima facie la energía espiritual que está dentro de uno, resistiendo un sentido del mundo que no tiene porqué ser inevitable. Mientras escribo recuerdo difusamente algunos de los pasajes más bellos del Bhagavad Gita. Aquel sentido espiritual de la lucha que renueva su misterio en ciertos hombres para trascender la mediocridad y el conformismo.
 
Las formas de resistencia varían, pero nunca se debe rechazar in limine ninguna de ellas, especialmente si todavía existe un margen para actuar dentro de unas leyes falsas y tramposas, pero que jamás se deben entregar como derechos mínimos para avanzar hacia otros más amplios. El hombre superior actúa en la realidad adversa sin negar la adversidad.
 
Hay muchas personas perseguidas por opinar, por pensar. La dinámica aún insuficiente y engañosa de asociaciones y partidos es con todo una dinámica. Y sólo de una dinámica la realidad puede transformarse.
 
Perder es la posibilidad con más chance en estos tiempos, pero está en la naturaleza de algunos hombres comprender la superioridad espiritual de una lucha que se da del modo como es posible darla.
 
La acción es un símbolo que está por encima de la palabra y a mi modesto juicio también por encima de la mera contemplación. No hay victorias eternas ni derrotas eternas. Lo que sí es posible es perder la eternidad por negar a los héroes, porque ellos son los únicos que saben el camino al cielo que se ganaron actuando y están a resguardo de los espíritus inactivos detrás del cálculo intelectual, de las pequeñas sumas y de las pequeñas restas.
 
Europa no vivirá en mí porque digo que Europa se está muriendo. Europa vive en mí porque sé que su espíritu antiguo está fuera del tiempo y, por lo tanto, fuera de cualquier derrota permanente. Todavía hay hombres enamorados del principio trascendental de la acción. Sólo ellos nos unen con los dioses.

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