Recientemente ha sido publicado en EE.UU. un libro titulado The Holocaust Industry, donde se denuncia la explotación de la persecución de los judíos a manos de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. El autor del libro, Norman G. Finkelstein, considera que extraer dinero en el nombre de las víctimas judías del Holocausto, reduce su martirio a una especie de casino de Montecarlo. Finkelstein es un judío, nacido en Brooklyn, Nueva York. Sus padres fueron los únicos miembros de la familia que sobrevivieron al guetto de Varsovia y a los campos nazis. Su interés en el holocausto judío es, pues, próximo. Filkelstein no oculta su indignación por el modo en el que el genocidio nazi ha sido explotado y convertido en una "industria".
Finkelstein se muestra también indignado por el modo en que el holocausto "ha sido utilizado para justificar las criminales políticas de Israel y el apoyo de EE.UU. a tales políticas. Es interesante comprobar como de ser 'un tema tabú' para las elites judías norteamericanas hasta finales de los años cincuenta, la Solución Final se convirtió en una industria a mediados de los años sesenta cuando el holocausto nazi fue 'descubierto' por dichas elites y convertido en el Holocausto" (con letra mayúscula). En su libro. Finkelstein habla acerca de aquella notable transformación.
En 1957, 12 años después de finalizar la Segunda Guerra Mundial, el sociólogo Nathan Glazer llevó a cabo una encuesta y averiguó que "la Solución Final nazi había tenido efectos poco notables en la vida interior de la comunidad judía norteamericana".
Esta situación se mantuvo en 1961, cuando un simposio sobre conciencia judía ignoró completamente este tema. Las principales organizaciones judías se oponían en aquel entonces al recuerdo del holocausto nazi, ya que el hurgar en el pasado podía suponer complicaciones. En ese tiempo las elites judías de EE.UU. estaban intentando ganar influencia y poder dentro del sistema. De este modo "se adhirieron estrechamente a la política oficial norteamericana". Alemania Occidental era entonces un estrecho aliado de EE.UU. en guerra fría y el liderazgo judío norteamericano escogió olvidar el holocausto. Más aún, el Congreso Mundial Judío y la Liga Anti-difamación ayudaron a contener la "ola anti-alemana" que imperaba entre los judíos norteamericanos. Así, aunque una minoría de judíos de izquierda hablaban acerca de la persecución nazi, las principales organizaciones judías ignoraron estas afirmaciones, que eran consideradas "propias de la causa comunista", y buscaron distanciarse de ellas. Por el contrario, estas organizaciones dirigieron sus criticas contra Rusia y denunciaron el "tradicional antisemitismo ruso". Los lideres judíos deseaban congraciarse con la política oficial estadounidense y probar que eran norteamericanos leales y anticomunistas.
Durante la crisis de Suez de 1956, cuando el entonces presidente Eisenhower obligó a Israel a retirarse del Sinaí, "la actitud de los lideres judíos de EE.UU. fue la de aconsejar a Israel que se plegara a los deseos de Eisenhower". EE.UU. era el líder y los judíos norteamericanos sus leales seguidores.
Todo comenzó a cambiar tras la guerra de junio de 1967. Impresionado por la victoria Israelí "EE.UU. decidió incorporar a Israel a su esquema estratégico". De repente, los judíos norteamericanos "descubrieron a Israel" y "recordaron el holocausto". La industria que surgió en junio de 1967 creció tras la guerra de Octubre de 1973, no solo a causa del revés Israelí, sino también por la certidumbre de que la devolución de las tierras egipcias capturadas en 1967 no podría ser evitada.
"El poder judío en EE.UU. alcanzó su punto más álgido en aquellos años", según Filkenstein. El novelista judío norteamericano Philip Roth afirmo entonces que los niños judíos no heredaban "un cuerpo de leyes, un idioma o una religión", sino "un estado psicológico que podía resumirse en una frase: los judíos son mejores".
Para estos "mejores" judíos, el Holocausto sirvió como una excusa para "deslegitimar cualquier critica contra los judíos" y para "respaldar la pretensión de los judíos de ser un pueblo elegido". Una vez que esto se logró, la industria del Holocausto comenzó a buscar fines económicos y a recaudar dinero. ¿Cómo se logró hacer esto? Los suizos fueron "puestos de rodillas" mediante "una desvergonzada campaña de vilipendio".
Después le tocó el turno a Alemania. Las empresas privadas alemanas hicieron frente a varias acciones legales en agosto de 1998 y hacia finales de ese año, los alemanes habían accedido a constituir un fondo de 5.100 millones de dólares para atender a las demandas de los "trabajadores esclavos" de la era nazi. Las empresas alemanas decidieron capitular tras comprobar "cuan irresistible podía ser una pretensión que utilizara el Holocausto como fundamento". La industria del Holocausto tiene en la actualidad en su punto de mira a otros países como Austria u otros del antigua bloque soviético (que dicho sea de paso fueron también víctimas de la agresión nazi). Los responsables políticos polacos temen que una reclamación de este tipo "podría poner al país en una situación de bancarrota”.
¿Quién es un "superviviente del Holocausto"? Definidos como "aquellos que sufrieron el trauma de los guetos judíos, los campos de concentración y los campos de mano de obra esclava" el número de judíos que sobrevivieron a la guerra fue calculado en unos 100.000. Sin embargo, dado que el gobierno alemán pagaba dinero a los supervivientes, "muchos judíos fabricaron un pasado falso" para recibir el dinero, según Filkenstein. Stuart Eizenstat, jefe de la delegación norteamericana en las negociaciones sobre el trabajo esclavo en Alemania, en mayo de 1999, señaló el numero de judíos y no judíos supervivientes era de "unos 70.000 a 90.000 personas". Sin embargo, según la oficina del primer ministro Israelí, "el número de superviviente vivos del Holocausto se acerca al millón". La definición ha sido ahora extendida para incluir también a "los que lograron huir do los nazis". Así por ejemplo, mas de 100.000 judíos polacos que se refugiaron en la Unión Soviética, podrían incluirse aquí.
Estas cifras "revisadas" son útiles por dos razones. Por un lado, suponen "nuevas reclamaciones masivas en demanda de reparaciones". Además, Filkenstein dice en su libro que esto permite a las organizaciones encargadas de la restitución conservar e invertir los fondos obtenidos, ya que la gran mayoría de "supervivientes" es irreal. La ironía de esto es que las cifras de supervivientes del holocausto crece sin cesar en lugar de disminuir. "Una forma de negar el holocausto", en palabras de Filkenstein.
Si el método de recolección de fondos fue bastante vulgar, no menos escandalosa fue la distribución de los fondos obtenidos. Filkenstein da varios ejemplos de ello. En diciembre de 1999, dos años después de que los suizos accedieran a la entrega de 1.250 millones de dólares, menos de la mitad de los 200 millones del Fondo Especial para las Víctimas Necesitadas del Holocausto, establecido en febrero de 1997, había sido distribuido entre las víctimas. Y mientras unos 7.000 millones de dólares destinados a las compensaciones permanecían en poder del Congreso Mundial Judío, la Conferencia de Reclamaciones estaba pidiendo que una gran parte del dinero fuera apartada para su propio "fondo especial".
Por otro lado, el Rabino Israel Singer de la Organización de Restitución Mundial Judía se opuso a entregar cantidad alguna a los supervivientes del holocausto y, en su lugar, propuso que el dinero de las compensaciones fuera destinado a "paliar las necesidades de todo el pueblo judío, y no las de aquellos judíos que fueron lo bastante afortunados para sobrevivir al Holocausto y vivir hasta una edad avanzada" (!).
El Congreso Mundial Judío quiere que casi la mitad del dinero entregado como compensación por los suizos sea reservado para las organizaciones judías y la "educación en el Holocausto".
El Centro Simón Weisenthal dice que si se da dinero a "algunas organizaciones judías que sean merecedoras de ello", una parte de él "debería ir a los centros educativos judíos". Del mismo modo, las organizaciones reformistas y ortodoxas (dos ramas del judaísmo) afirman que "los millones de judíos muertos habrían preferido que su rama del judaísmo fuera la beneficiaria financiera".
Además, el personal de estas organizaciones, las celebridades implicadas y los abogados, están haciendo su propio agosto con estos temas. Así, por ejemplo, el secretario ejecutivo de la Conferencia de Reclamaciones, Saul Kagan, recibe un salario anual de 105.000 dólares. El antigua senador por Nueva York (y uno de los autores de la ley que penaliza las inversiones extranjeras en Irán y Libia), Alfonse D'Amato, que participó en las demandas contra bancos alemanes y austríacos, recibió pluses de 350 dólares por hora. En los primeros seis meses estos ingresos ascendieron a 103.000 dólares.
El antiguo secretario de Estado en la época del presidente George Bush, Lawrence Eagleburger, que preside en la actualidad la Comisión Internacional de Reclamaciones por el Holocausto, recibe un salario anual de 300.000 dólares.
El autor y Premio Nóbel Elie Wiesel recibe unos 25.000 dólares por pronunciar conferencias acerca del Holocausto. Lo que él dice acerca del Holocausto es, sin embargo, más interesante que sus ingresos. Según él, el Holocausto es un "misterio". Se sitúa "fuera, sino más allá de la Historia", "desafía el conocimiento y la descripción", "no puede ser explicado ni visualizado", "no puede ser comprendido ni transmitido", "marca una destrucción de la historia" y "una mutación a escala cósmica". En resumen, "no es comunicable": "no podemos ni siquiera hablar acerca de él". De este modo habla Elie Wiesel acerca del Holocausto.
No es sorprendente, pues, que el miembro de la Knesset israelí, Michael Kleiner llamara a la Conferencia de Reclamaciones "una organización deshonesta, que se conduce con secreto profesional y manchada por la corrupción moral". "Es un cuerpo de oscuridad", añadió, "que esta maltratando a los supervivientes del Holocausto judío y a sus herederos, mientras que se asienta sobre una enorme cantidad de dinero que pertenece a individuos privados. Sin embargo, esta haciendo todo para heredar el dinero aunque ellos están todavía vivos".
El holocausto judío ha producido un considerable impacto en EE.UU. Hasta mediados de los años sesenta el holocausto apenas era mencionado en este país, pero hoy muchos más norteamericanos han oído hablar del holocausto que de Pearl Harbor o el lanzamiento de las bombas atómicas sobre Hiroshima o Nagasaki. Las universidades tienen cátedras para el estudio del Holocausto y 17 estados requieren o recomiendan que las escuelas desarrollen programas sobre él.
The New York Times raramente deja pasar un día sin publicar alguna historia relacionada con el Holocausto y el número de estudios referidos a este tema se estiman en mas de 10.000. Filkenstein contrasta esto con la muerte de 10 millones de congoleños que perecieron entre los años 1891 y 1911 a manos de los colonialistas europeos, que deseaban apoderarse de los recursos de marfil y caucho del Congo. El primer estudio acerca de este holocausto congoleño apareció solo en 1998 y no recibió un gran eco informativo.
Más contradicciones: Pocos presidentes norteamericanos dejan de mencionar la maldad que supuso el Holocausto judío. Sin embargo, ellos olvidan su propio pasado de genocidio contra los pueblos de Guatemala, Vietnam o Irak, por poner solo algunos ejemplos. Cuando se le preguntó a la ex-secretaria de Estado Madeleine Albright acerca del sufrimiento del pueblo de Irak a causa de las sanciones, ella manifestó que "la elección era dura, pero el precio merecía la pena" con el fin de conseguir sus objetivo.
Del mismo modo, el presidente Jimmy Carter invocó el Holocausto cuando se refirió al llamado boat People de Vietnam (es decir aquellos vietnamitas que abandonaron Vietnam en barco para huir del régimen comunista), pero olvidó mencionar al Holocausto para hablar del boat people haitiano, que huía de los escuadrones de la muerte de su país.
El impacto más significativo del holocausto nazi ha sido, sin embargo, la cuestión Palestina. Los sionistas norteamericanos han explotado la persecución nazi contra los judíos pare acallar cualquier critica contra Israel y sus políticas moralmente indefendibles. Esta tesis pro-israelí ha calado en las elites norteamericanas.
Esta alianza entre esta elite y los judíos sionistas se debe más al oportunismo que al altruismo. Finkelstein cree que "cuando esta elites decidan que Israel es una carga onerosa o que los judíos estadounidenses ya no son necesarios para sus intereses, el lazo se romperá", “si Israel perdiera el favor de EE.UU., muchas de estos lideres (judíos) qué ahora defienden tenazmente a Israel denunciarían públicamente al Estado Israelí y a los judíos norteamericanos par haber convertido a Israel en una religión. Y si las elites norteamericanas decidieran atacar a los judíos norteamericanos por convertir a Israel en una religión, no deberíamos sorprendernos si los lideres judíos de este país actuaran exactamente coma hicieron sus predecesores durante el holocausto nazi", señala Filkenstein. El menciona en concreto a Yithak Zuckerman, uno de los organizadores de la insurrección del gueto de Varsovia en 1943, que afirmó: "Los judíos llevan a los judíos a la muerte". Filkenstein afirma pretender "restaurar el holocausto nazi coma un tema racional de investigación", puesto que "solo así será posible aprender de él". En lo que se refiere a los fallecidos, el más noble gesto seria, según el autor, "preservar su memoria, aprender de su sufrimiento y dejarlos, finalmente, descansar en paz".
El libro de Filkenstein ha tenido una interesante acogida en EE.UU.: un silencio casi total (solo dos párrafos en The Chicago Sunday Times) y en el Reino Unido ha habido una respuesta similar. El gran valor de esta obra descansa, sin embargo, en la separación que el autor establece entre el verdadero holocausto judío, y la desvergonzada explotación que de él han hecho algunos círculos sionistas.
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