lunes, 21 de marzo de 2011

Valencianos en Rusia


«Las guerras son una canallada, ¿sabe? Padecí mucho en Rusia, donde tuve que soportar hasta 40 grados bajo cero. ¡Con lo friolero que he sido yo!», cuenta Ángel Medina, nacido en Torrent en 1919, mientras se ajusta la bufanda en el local que la Hermandad de Combatientes de la División Azul tiene en Valencia. Cuando está a punto de cumplir 92 años, Ángel es uno de los últimos supervivientes, apenas una veintena quedan ya en la Comunitat Valenciana, de los casi 50.000 españoles que lucharon en el frente ruso entre 1941 y 1943 en las filas del ejército alemán contra la Unión soviética.
 
En el refugio de los ex combatientes parece que no haya pasado el tiempo. Los retratos, mapas y cuadros que pueblan paredes y mesas siguen anclados en aquella guerra en la que el «general invierno» doblegó a la todopoderosa «Wehrmacht» de Hitler al igual que había hecho 125 años antes con la «Grande Armée» de Napoleón. Y entre todas las fechas tachadas en el calendario, el 10 de febrero de 1943 ha quedado marcado a fuego para siempre en la memoria de los divisionarios.
A las 6.40 horas de ese día, Stalin desató una ofensiva sobre Krasny Bor, el «Bosque Rojo», uno de los arrabales de San Petersburgo que ocupaban los soldados españoles, con el fin de romper el cerco alemán que asfixiaba a la entonces Leningrado. Precedidos por una tormenta de acero de dos horas, en las que casi un millar de piezas de artillera rusa vomitaron obuses en un frente de cinco kilómetros con una cadencia de un proyectil cada 10 segundos, unos 44.000 soldados soviéticos se abalanzaron sobre unas trincheras que defendían 5.900 efectivos de la División Azul. Pese al evidente desequilibrio, de uno a siete, las tropas españolas, que estaban mejor armadas, frenaron el avance a costa de un alto precio.
En un único día, uno de cada cinco de los 5.000 divisionarios para los que Rusia fue una tumba, habían regado con su sangre el «Bosque Rojo». Valero Sebastián, que nació en Chulilla hace 87 años, es uno de los valencianos, junto a Ángel Medina, que salieron con vida de Krasny Bor. «La batalla la ganamos nosotros, aunque con muchas bajas, pero ellos tuvieron muchas más».

La tumba del Bosque Rojo
Se estima que 11.000 soldados rusos murieron en aquella victoria pírrica, mientras que solo ese fatídico 10 de febrero la División Azul sufrió más de de 2.000 bajas —1.125 muertos, 91 desaparecidos y 1.036 heridos—, a las que habría que sumar otro millar en las escaramuzas que siguieron a la batalla y que se prolongaron durante más de un mes. Además, otros 300 españoles fueron hechos prisioneros por el Ejército Rojo, muchos de los cuales no volverían a España hasta 1954, tras 12 años de trabajos forzados en el archipiélago Gulag de Stalin.
 
A Medina solo le salen dos palabras cuando se le pregunta por Krasny Bor: «fatal» y «desesperación». De aquello guarda como «recuerdo» dos heridas de metralla, una en la pierna y otra en la espalda. «Aún llevo dentro el metal», dice mientras muestra la cicatriz de su pierna.
 
Valero, que pertenecía a una sección especial de asalto, relata que la víspera de la batalla «nos llevaron a limpiar de nieve una de las trincheras de evacuación, la ofensiva les sorprendió en una posición abandonada con una pieza del 88 «en la que había dos soldados muertos».
Cuenta, a propósito de un golpe de mano que dieron en abril de 1943, que cuando se entraba en combate «era un desastre, porque estabas a cuerpo descubierto atrapado en el fuego cruzado de dos artillerías, la nuestra y la rusa».
 
También recuerda que días antes, el 19 de marzo, les despertaron con «un buen bombardeo», al que bautizaron como la «despertà» en un arrebato de nostalgia por el día en que en su lejana tierra se quemaban las fallas.
 
Esta no es la primera evocación «fallera» , pues uno de los divisionarios valencianos más ilustres, el cineasta recientemente fallecido Luis García Berlanga, en las memorias que le escribió en 2005 el también director desaparecido Jess Franco, relata que los «órganos de Stalin», como llamaban a los cañones soviéticos, «al principio, me sonaron a las tracas de Valencia, pero no eran festivos, sino mortíferos. Eran como las Fallas, con sus luces y sus sonidos, pero con asesinato».

«La guerra la ganó el frío»
Pero el gran enemigo fue el «frío», señalan de forma unánime Valero, Ángel, y otros dos ex combatientes valencianos, Florencio Fernández, de 93 años, que sirvió en la Escuadrilla Azul
— la fuerza aérea de la División—, en el frente de Moscú, y Antonio Sahuquillo, de 91 años, que participó en el cerco de Leningrado.
 
Valero revive, que a -40º C, «no podías cerrar los ojos en las trincheras, porque se te quedaban pegadas las pestañas». «El primer y el último problema era el frío —continúa—, raro es el que no ha estado en trincheras sin sufrir un principio de congelación». Así, Antonio camina con bastón porque arrastra un pie dañado por el frío: «Me moje una pierna al pisar una placa de hielo que se rompió, con lo que el pie se congeló». Florencio, apunta que «si tocabas la hélice de un caza con la lengua te quedabas pegado a ella», dice que llevaban manoplas «porque con guantes se congelaban los dedos».
 
En estas condiciones algo tan básico como hacer de vientre era toda una odisea, pues podías quedarte congelado en el intento. Berlanga escribió que una vez creyó que se había pinchado con una bayoneta, cuando «era nuestra mierda, que al helarse había formado una estalagmita puntiaguda».
El presidente de la Hermandad de Valencia, Fernando de Zárate, hijo y sobrino de dos divisionarios ya fallecidos, señala que la mayoría de los 5.000 caídos murieron por congelación, especialmente en el invierno de 1942, cuando se alcanzaron los –54º». «La guerra la ganó el frío», sentencia.

Fuente: Levante

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