Hoy día 7 se cumplen 439 años de la batalla que frenó definitivamente el avance del Islam sobre Europa. ¿Definitivamente? Eso es mucho decir. Sobre todo teniendo en cuenta el vertiginoso aumento de población musulmana en nuestra tierra y la preocupante pasividad de nuestras autoridades. Pero en aquel momento el turco pilló en su propio terreno cuando nadie se lo esperaba.
Los piratas berberiscos llevaban tanto tiempo acosando nuestra costa que ya empezaba a despoblarse. Porque la simpática imagen del pirata de Disney nada tiene que ver con los animales que saqueaban con especial crueldad nuestras poblaciones y encima se llevaban como esclavo a todo el que podían.
El Papa Pío V había hecho un llamamiento general para frenar al turco entre todos los reinos europeos, porque el imperio Otomano alcanzaba ya las puertas de Viena y sus piratas habían saqueado hasta la ciudad de Venecia, y eso que los venecianos estaban intentando pactar con el Gran Turco para llevarse bien ( pagando un humillante tributo, claro). Pero todos los países se hicieron los suecos. Los ingleses, para variar, iban por libre y por supuesto preferían que el turco erosionara lo más posible a España antes que molestarse en defender Europa. Los franceses no sólo no se apuntaron, sino que eran descarados aliados del Islam, pagaban tributo al turco, dejaban que los piratas utilizaran sus puertos y en varias ocasiones les cedieron armamento y naves. Y ni qué decir tiene que los príncipes protestantes nos odiaban a muerte y también patrocinaban a los musulmanes.
Así que la Liga Santa la componían España, Venecia y el Papado. Pero no hizo falta más.
El choque fue formidable. Cuenta la leyenda que Juan de Austria dispuso la flota cristiana en forma de cruz al entrar en el golfo y Alí Pachá ordenó sus naves en forma de media luna. Las galeras que portaban a los dos líderes, la Real y la Sultana, se trabaron en un combate a muerte, y los soldados de los tercios españoles se enfrentaron a los temidos jenízaros, que al igual que nuestros valientes soldados, lucharían hasta la muerte.
Mientras, en uno de los flancos de la armada cristiana, la flota veneciana había perdido su posición, embestida por las naves del almirante turco Uluch Alí. A punto estaba de cambiar el destino de la batalla (y posiblemente de toda Europa), de no ser por el auxilio de la galera Marquesa, en la que viajaba un joven alcalaíno que alcanzó la inmortalidad por otros motivos, pero que bien podía haberla alcanzado por su comportamiento en cubierta cuando, enfermo de fiebres, y tras solicitar a su mando en dos ocasiones que le permitiera combatir, sin conseguir tal permiso, saltó de su catre enfurecido al escuchar los primeros cañonazos y las primeras voces de “¡Santiago! ¡España!” y subió a cubierta a combatir con tal arrojo, que recibió dos disparos, en el pecho y en el brazo izquierdo, dejándoselo inútil, y dándole el sobrenombre de “el manco de Lepanto”.
Finalmente, fueron los heroicos tercios los que consiguieron clavar en la cubierta de La Sultana el estandarte de la Santa Liga al grito de “¡Victoria! ¡Victoria!”. Curiosamente, uno de estos soldados resultó ser una chica. Y si bien es de todos sabido que las mujeres españolas somos de armas tomar, esta muchacha en particular luchó con especial bravura, ya que tras ser descubierta al terminar la batalla, se le concedió un puesto en el tercio de Lope de Figueroa.
Cuando terminó el combate, el mar estaba teñido de rojo. El fondo del golfo de Lepanto es para siempre la tumba de los soldados que aquel día cayeron defendiendo Europa de la barbarie y que probablemente hoy clamen contra aquellos que predican la “alianza de civilizaciones”, contra los que ceden suelo público, suelo español, para que se construyan mezquitas, contra los que llaman “turco-alemán” a un famoso jugador del Madrid, contra los que han olvidado “la más alta ocasión que vieron los siglos”.
Ana Pavón
Fuente: Asociación Alfonso X
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