lunes, 6 de diciembre de 2010







Padre, me acuso de intolerante, de intrépido, de albergar tatuada en el corazón una jerarquía de leyes, y en la sangre una pasión por ellas que no atiende a razón.

Padre, me acuso de infiel ante la religión que miserablemente iguala, nivela y desarraiga todo cuanto alcanza su sombra; me acuso de querer ser hombre, de vivir y morir como hombre, por todo lo que de mayúsculo y grande el hombre es aún capaz.


Padre, me acuso de antiliberal. No puedo, no sé, no estimo posible concebirme en el mundo sin mirar atrás, sin sentir un legado, sin participar de una herencia, sin vivir con la gracia del que es portador de una misión. No lo conozco, y me estremece la sola idea de un hombre abstracto, autónomo, individualista…, que no es lo mismo que individual.


Padre, me acuso de conservador, porque conservo la vergüenza, sospecho de los cantos de sirena progresista, porque no bailo sino mi canción, compuesta de notas absolutas, a la par que desconfío de la sonrisa del comerciante, así como de la convicción del charlatán.


Padre, me acuso de ser duro, porque no exijo a los demás hombres menos de lo que me exijo a mí, pues intuyo que ser hombre ha de significar ser para el heroísmo.

Padre, me acuso de ser ingenuo y anticuado, porque busco la legitimidad de un compromiso en los ojos del que me estrecha la mano. La letra, ídolo ilustrado, genera profesiones y profesionales de profesiones... Nada ofrece como nobleza de oficio.  Peor aún, la letra…, la mala letra envilece, invita a los hombres a jugar como cerdos que quieren ser dioses.

Padre, me acuso de ser enemigo: enemigo de la fiebre como tempo vital, enemigo sin tregua de la época, porque creo con Quevedo que "el exceso es el veneno de la razón".

"HALLARÉ UN CAMINO O  ME LO ABRIRÉ."
 
 
                                                                                               Así sea.
 
XAVIER RÍO

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