Otro año más, llega el final del año. Hasta ahí todo normal, todo sigue siendo lo habitual. El toque diferenciador lo pone como no, la industria navideña. Los traficantes de ilusión de fin de año, los que prometen felicidad con el consumismo de sus productos.
Entonces todo entra en una espiral de contradicciones, el gobierno nos pide ahorrar energía, pero se siguen molestando en “adornar” las ciudades con las luces navideñas. El gobierno dice que la gente no ahorra, mientras que sube impuestos y promueve el consumo como método para salir de la “crisis”… así normal que el pueblo no ahorre...
En fin… para qué enfadarse, para que molestarse en pensar, y más ahora, que debemos rezar al dios del materialismo, en su gran temporada de orgía de gastos en promesas y en regalos.
Llegado es el momento anual en que debemos sacrificarnos al dios materialista, cuya fuerza siempre regresa joven cada final de año… Debemos todos entregarnos a sus garras.
La caridad o la solidaridad, -tan colocada en gran pedestal por unos-, debe ser la marca del gasto desenfrenado en todo tipo de productos, para que las empresas asociadas a la política, sigan teniendo pingües beneficios a costa del pueblo, que debe ser siempre tan solidario de sacrificarse para salvar a sus explotadores…
En fin, bienvenidos al gran teatro olímpico de lo absurdo. Donde la moderna vigencia está en el lado grotesco. Allí donde serás feliz si te gastas cuánto dinero tengas, no importa en qué, sólo importa el cuánto.
Así que ya sabéis todos, a gastar y a consumir, que es lo único importante en esta sociedad de “bondadoso” materialismo. Poco importa la amistad, menos importa la familia.
Y nada espiritual tiene valor alguno, ya que eso es distraer al pueblo de lo verdaderamente importante, que es alimentar a los dirigentes y explotadores del materialismo, a esos que nos brindan el consumo y el hedonismo como “la gloriosa” forma de vivir.
Dicho esto, sólo cabe añadir un punto más. Y es que hay un mundo cada vez más desconocido, escondido tras la gruesa capa impuesta de consumo imparable. Ese mundo lo componen valores cuya pérdida es el verdadero suicido, su pérdida es caer en la trampa del capitalismo consumista.
Y esos valores serían familia, amistad, ansia de conocimientos, valor, orgullo, comunidad…Esos valores que pueden tumbar de un solo golpe al gigante “pies de arcilla” que representa ese capitalismo, que nos obliga a no pensar más que en consumir por placer.
Entonces todo entra en una espiral de contradicciones, el gobierno nos pide ahorrar energía, pero se siguen molestando en “adornar” las ciudades con las luces navideñas. El gobierno dice que la gente no ahorra, mientras que sube impuestos y promueve el consumo como método para salir de la “crisis”… así normal que el pueblo no ahorre...
En fin… para qué enfadarse, para que molestarse en pensar, y más ahora, que debemos rezar al dios del materialismo, en su gran temporada de orgía de gastos en promesas y en regalos.
Llegado es el momento anual en que debemos sacrificarnos al dios materialista, cuya fuerza siempre regresa joven cada final de año… Debemos todos entregarnos a sus garras.
La caridad o la solidaridad, -tan colocada en gran pedestal por unos-, debe ser la marca del gasto desenfrenado en todo tipo de productos, para que las empresas asociadas a la política, sigan teniendo pingües beneficios a costa del pueblo, que debe ser siempre tan solidario de sacrificarse para salvar a sus explotadores…
En fin, bienvenidos al gran teatro olímpico de lo absurdo. Donde la moderna vigencia está en el lado grotesco. Allí donde serás feliz si te gastas cuánto dinero tengas, no importa en qué, sólo importa el cuánto.
Así que ya sabéis todos, a gastar y a consumir, que es lo único importante en esta sociedad de “bondadoso” materialismo. Poco importa la amistad, menos importa la familia.
Y nada espiritual tiene valor alguno, ya que eso es distraer al pueblo de lo verdaderamente importante, que es alimentar a los dirigentes y explotadores del materialismo, a esos que nos brindan el consumo y el hedonismo como “la gloriosa” forma de vivir.
Dicho esto, sólo cabe añadir un punto más. Y es que hay un mundo cada vez más desconocido, escondido tras la gruesa capa impuesta de consumo imparable. Ese mundo lo componen valores cuya pérdida es el verdadero suicido, su pérdida es caer en la trampa del capitalismo consumista.
Y esos valores serían familia, amistad, ansia de conocimientos, valor, orgullo, comunidad…Esos valores que pueden tumbar de un solo golpe al gigante “pies de arcilla” que representa ese capitalismo, que nos obliga a no pensar más que en consumir por placer.
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